domingo, 25 de abril de 2010

LA ULTIMA CARTA

La Última Carta.

Queridos Papá y Mamá, Queridos Hermanos, Querida Familia, Queridos Amigos y Amigas:

Veo que me ha sucedido lo mismo que ocurre a los manuscritos pegados en sus rollos tras largo tiempo de olvido: Hay que desenrollar la memoria y de vez en cuando sacudir todo lo que allí se halla almacenado.
SÉNECA.

He salido esta mañana, como siempre, con las prisas, a tomar el bus para ir a la universidad. Como de costumbre eran las cinco de la mañana. Curiosamente he sentido que la luz de la aurora era distinta, mas blanca quizás, más luminosa y me hacía sentir más cómodo, más seguro de mi mismo. Salí al parque y tome el bus, el de siempre, con el conductor de siempre, nos saludamos cordialmente y tome asiento en el mismo lugar que acostumbro, me arrellene y me puse a pensar en las labores del día, en tanto, el bus avanzaba por su ruta con su movimiento lento y rítmico. Me entretenía en mis pensamientos y de pronto observo, sorprendido de mi descuido, que a diferencia de otros días hoy viajo solo, que el bus no se ha detenido a recoger a los pasajeros habituales y que el conductor tampoco se ha sorprendido por este hecho insólito, lo afirmo porque recuerdo haberme levantado de mi asiento y preguntado al conductor: ¿Qué pasa hoy que nadie nos ha hecho la parada? –A lo que respondió- No se preocupe usted a veces ocurre… Pero siéntese, continúe en lo suyo que pronto llegara a su destino. – Gracias, le respondí. Minutos después arribo a la parada y me indico que debía bajarme, cosa que hice con resolución. Me apee del bus en mi parada habitual, frente al vestíbulo de la facultad, el pavimento entre la parada y la puerta estaba húmedo y brillante y la luz en el cenit de un claro azul profundo, adentro, la luz fría de las lámparas iluminaban las estancias. Atravesé el portal, allí estaba el portero que me saludo cordialmente invitándome a pasar, nunca lo hacía, siempre se le veía adusto reafirmando con su gesto el cumplimiento integral de sus deberes, le sonreí y le agradecí su gesto de buena voluntad. Seguí adelante y comprendí, sobresaltado, que aquel lugar que conocía de sobra, porque en él había pasado los mejores años de mi vida, se encontraba sensiblemente cambiado. Lo notaba más amplio, más luminoso, como esos grandes centros comerciales que invaden hoy las principales ciudades del mundo con gente yendo y viniendo. ¡Qué grande! ¡Qué magnificencia! ¡Qué altura de techos! Pensaba mirando sorprendido el vestíbulo. La luz del techo resplandecía, parecía un velo que no dejaba apreciar la bóveda del techo. La luz era deslumbrante pero agradable, tuve la sensación de que me daba la bienvenida. He llegado a pensar que el conductor del bus me ha dejado en otra parte y, que yo al bajarme apresuradamente, tampoco caí en cuenta del error. ¡Qué más da! ¡Tengo tiempo! Además me siento bien. Hacía tiempo que no me sentía tan bien como hoy, libre de peso y de disgustos. Quizás el buen tiempo, el cielo azul profundo, la mañana fresca y esta luz sin igual invitan a pasear. Salgo de nuevo y un suave olor a hierbas invade el ambiente; la arboleda cercana susurra un canto ignoto mecida por el viento; las Tibouchinas lepidoptas, los siete cueros, están florecidos, y sus flores compiten con el azul del cielo y las freijoas, frutecidas, perfuman el ambiente. ¡Qué gran idea plantar estos arbustos! El suelo que piso es una alfombra verde, el césped sembrado de diamantes inunda mis zapatos, siento su humedad en mis pies y me siento más cerca de mi barrio, en el portal de mi casa o en la casa del abuelo compartiendo mi alegría con los míos. Pienso en las películas que he visto, en los libros que he leído, en mi adolescencia deslumbrada al descubrir el amor o, quizás, en el descubrimiento de la carne ardiente, o en la debilidad de una rosa abierta a la furia de la intemperie. ¡Qué suerte he tenido! ¡Qué suerte al equivocarme en la parada! Así me he redescubierto a mí mismo y he encontrado un lugar de solaz que ni siquiera había presentido. Estoy seguro de que volveré a este lugar cada vez que me sienta solo, triste y amargado… Lo que me sorprende de este lar es su luz, adentro no veía el techo; aquí afuera no veo la bóveda celeste, la luminosidad lo cubre todo, como una calima brillante, de un azul profundo cuando llegue, ahora, varían los colores, como un arco iris iridiscente, de colores suaves, pasteles, todo sosiego, me siento sobre el prado y respiro profundamente, me siento como en una nube, ¡Esto es vida! ¡Cuánto me gustaría compartirla con todos!
Mis recuerdos me llevan por otros derroteros, voy al aula de clase y me siento junto a X, esa niña preciosa de cabellos rubios y ensortijados, de mirar profundo y pícaro, esa imagen tan suya, en su pupitre, con una pierna, larga, blanca y bien contorneada estirada, la otra replegada bajo la silla, con sus manos sobre la rodilla esclavizaban la mirada del profesor extraviando su discurso. Los alumnos nos reíamos de aquella situación y no pocas veces hacíamos burla de su tierna mirada. Hoy comprendo a aquel viejo que bebía, sin afán, hasta el último sorbo de la copa de su vida en deliciosa desorientación… ¡La vida! ¡Cuántos mueren sin probarla! ¿Cuánta gente vemos pasar, como sonámbulos, sin comprender que hacer? ¡Cuánto petimetre desocupado!
El mundo sigue rodando, el tío vivo no se para, el paraíso necesita de muchos brazos para que no se detenga su desarrollo. Si miramos hacia atrás, al día de su inauguración, comprenderemos que no es el mismo que conocimos entonces, en consecuencia no será el mismo que veamos mañana.
El tiempo no se detiene. No sé cuánto tiempo llevo aquí. Ahora que trato de mirar el reloj, que llevo generalmente en mi muñeca, descubro que lo he dejado en casa. Inexplicablemente lo he dejado y solo me queda barruntar el tiempo que llevo en este paseo trascendental. Sé que son muchas horas. ¡Cómo pasan las horas! Seguramente van siendo las tres y, a pesar de que he ido de un lugar a otro, no he sentido ninguna necesidad física, ni hambre ni cansancio. La he pasado como un niño con una viva curiosidad creciente y la sensación imborrable de ya haber estado aquí, de conocer, sin lugar a dudas, este lugar. Reflexiono: ¡Imposible! ¡No puede ser! Pero acepto sin rechazo y con gusto todo lo que me está sucediendo. Nunca he rechazado lo extraño, al contrario, me atrae, llena mi curiosidad, no me inquieta. ¿Por qué habría de inquietarme sintiéndome tan seguro, tan bien, tan placido consigo mismo? Es verdad que en estas horas he sido asediado por los recuerdos, unos claros y otros difusos. También he creído -¿lo sé?- que me he inventado algunos recuerdos. No lo sé. Pero si así fuera estaría inventando un nuevo tiempo, la a temporalidad, un tiempo reversible, o al menos, eso es lo que creo que me está sucediendo. Es como el tiempo de las obras de ficción. Allí también se inventa, todos inventamos, a veces creemos que ha sucedido lo que no ha pasado o, al contrario, que no ha ocurrido lo que estamos viviendo. Olvidamos, con frecuencia, lo que debemos tener presente y recordamos sin quererlo lo superfluo. Lo afirmo sin ninguna obsesión. Ahora no sé porque tengo el presentimiento de estar acompañado por el ángel de la guarda que me vio nacer, deslumbrándome, hace veinte cuatro años, la otra, la certeza acuciante de que no comprendo de donde ha salido la primera idea… Me pregunto un poco alucinado ¿Qué quiere recordarme? ¿Me equivoque de bus al venir aquí? ¿Extravió el conductor la ruta? ¿Tenía alguna cita aquí que había olvidado? No lo sé. Hago un esfuerzo por recordar sin conseguirlo, pero la incertidumbre no me altera, mi bienestar cada vez es mayor, la atemporalidad se instala en mí. Siento una paz infinita; los ruidos, de afuera, no me agitan, me siento cómodo en el aire que me envuelve. Percibo que todo ha cambiado. El sol no salió por la mañana y la comba astral se extiende al infinito. Esto me resulta curioso, inexplicable, pero no dudo. No perturba mi ánimo este flotar sobre lo desconocido no pocas veces intuido. Es como recorrer los pasillos en la universidad o, los lugares que nos han impresionado, en tardes de añoranza. Siempre tenemos la tentación de creer que ya hemos visto a alguien, de que su cara no nos es desconocida o, de que hemos estado antes en un lugar como en una vivencia anterior.
Dirijo nuevamente mis pasos hacia el restaurante de la universidad, quiero un poco de agua aun que no tengo sensación de sed. ¡Sera por eso mismo! Entro y pido un botellín de agua. La dependienta me observa y me alcanza la botella. Que vale le pregunto.
No vale nada. –Contesta-
¿Por qué? -inquiero-
¡Aquí nada se cobra! –responde-
No comprendo nada. –le digo-
No se preocupe, suele ocurrir, siempre hay alguien que piensa en nosotros, nuestros padres, algún familiar, un amigo y no pocas veces el ángel de la guarda…
La voz de la dependienta es cordial, melosa pero rotunda. Le doy las gracias y me retiro reflexionando en mis recuerdos, en esos lugares comunes donde todos hemos estado y donde nos encontramos con frecuencia. Salimos, nos topamos con alguien que hace algún tiempo no vemos y nos sorprendemos al reconocernos:
-¡Hola, que es de tu vida!
-Bien, ¿Tú eres Paola, no es verdad?
-Sí, claro y tú, ¿Pablo?
-Sí, sí, el mismo
-Que joven estas…
-Tú también, ¿de qué te sorprendes? Las personas en la memoria no envejecen. Sigues igual, como en los bancos del colegio, con la maleta al lado, los libros y el lápiz sobre el escritorio.
-Me recuerda Usted bien, pero… ¿Qué hace en este lugar?
-¿No lo sabes? ¿No lo recuerdas? Soy yo quien debiera preguntarte ¿Cuándo has venido?
-No sé, el tiempo aquí es muy extraño. Creo que vine esta mañana en el bus que me traía a la universidad pero por alguna razón que desconozco el conductor me dijo que me quedara aquí y así lo hice…
Ah, eso lo explica todo, a veces ocurre Pablo, ¿Te sorprende?
-No, no estoy sorprendido, es más, me encuentro muy bien, lo que no recuerdo es a que he venido, quizás más tarde me acuerde, este lugar es tan acogedor que dan ganas de quedarse en él y olvidar todo lo demás… Paola, no sé qué otra cosa decir, este lugar embriaga…
-A lo mejor a eso has venido Pablo, a vivir mejor, a gusto, sin estar pendiente de las pequeñas y grandes cosas que antes nos agobiaban… Ahora tendremos tiempo para hablar de muchas cosas o leer en el árbol de la vida. Aquí se encuentra uno con mucha gente que hace mucho tiempo no ve y a la que nunca ha olvidado y cuando quieres saber algo basta con pensarlo para que todas las preguntas se diluyan en respuestas incontestables. Ya te acostumbraras poco a poco a todo esto que es nuevo para ti.
-Ya veremos, creo que aquí tiene uno que acostumbrarse a lo raro, Paola.
-Lo conseguirás Pablo, todos lo conseguimos. Ahora te dejo y nos vemos luego, tengo que realizar algunos deberes, ya sabes, aun que no es lo mismo es parecido…
-Bueno, bueno, Paola, ya me contaras…
Me quedo solo meditando en lo que me ha dicho Paola. Voy a la Biblioteca y ojeo algunos libros, revistas y periódicos. La situación del país sigue siendo caótica, voy a mirar el reloj para saber la hora y recuerdo que lo he dejado en casa. El Tiempo pasa, o eso creo, me recrimino porque no he hecho nada desde que llegue aquí y tengo que admitir, en contra de mis principios o a pesar de ellos, que me siento bien como nunca antes me había sentido.
Queridos Papá y Mamá, queridos hermanos, querida familia, queridos amigos y amigas, estas letras que acabáis de leer solo se proponen hacerles saber que estoy muy bien y que aquí, en este lugar, de donde nunca más se vuelve, algún día nos encontraremos y entonces estrecharemos nuestros lazos familiares y de amistad mucho más si cabe. Recordad que, como dijo Antoine De Sait- Exupéry, “No somos sino peregrinos que, yendo por caminos distintos, trabajosamente se dirigen al encuentro de los unos con los otros”

Un beso y un abrazo para todos. Pablo.

Carlos Herrera Rozo.

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