jueves, 1 de febrero de 2007

ABRAHAM

Siempre bajaba por el camino del silencio silbando.Llevaba la camisa desabrochada de la cintura para arriba. Mostraba un tórax moreno y lampiño.Era un hombre de complexión fuerte, bien musculado, de pelo castaño y riso, formado a las labores del campo.Podría decirse de él que era un hombre rudo. Pero, bien mirada su cara,era de facciones finas y ojos soñadores.Se diría por su manera lenta de andar, segura, a pie descalzo, que quisiera hollar la tierra para dejar su impronta en ella, para marcarla, señalizando su territorio. Abraham se dirigía a su rancho, como todas las tardes,con el sol a las espaldas y un trino de ruiseñor en el ambiente...

El silencio se encontraba sito entre los ríos Las Sardinas y La Guacimalera. El primero cruzado por el puente nuevo, de amplios arcos de hormigón,y, el segundo,por el puente de hierro, el puente viejo, el de los enamorados en las tardes azules de abril. Los ríos corren apretados y tumultuosos entre las gargantas que le sirven de lecho. Bajan henchidos, amenazantes, espumosos, en una danza loca de remolinos furiosos por entre las rocas. Mas adelante se serenan en los meandros, ora, se ponen nerviosos en los rápidos y luego avanzan aterciopelados, bañan las riveras y acarician, tibios, las verdes hierbas de su entorno para ir a morir como dos afluentes mas del gran río de la Magdalena. Cuando se inicie el verano, cuando cesen las lluvias, aparecerán aquí y allá, en el lecho del río, isletas de cieno y juncos, las ranas cantaran al atardecer hasta bien entrada la noche y los niños, con improvisadas nasas, se dedicaran a pescar las pocas sardinas que aún quedan y que le dieron nombre al río. Los pastores bajarán los ganados a abrevar y llenarán las odres de agua para su sustento.

En esta época, las acacias espinosas son mas verdes y robustas, los almendros de hoja ancha se esponjas con su florescencia, los guacimos proporcionan sombra a los paseantes domingueros y los playónes del río se llenan de gente que se refresca en sus aguas. Una iguana salta por entre las piedras y es la alegría de los niños, y , abajo, en la pequeña cascada, se escucha armonioso el ruido seco del ariete que sube el agua por la ladera de la montaña para ser utilizada en los lavaderos de café o en los entables, donde se cuece a fuego lento el zumo de la caña de azúcar, para convertirla en panelas o melaza que servirá de sustento al hombre y a sus rebaños.

Por la carretera, de tierra pisada, mas camino de herradura que carreteable, se va por un túnel verde formado por la masa arbolada que sirve de sombrío a los cafetales arábigos, cuando no, la tupida masa de los caña dulzales a lado y lado de la calzada sirve de guía hasta desembocar en Chaguaní por entre una hilera doble de guayacanes rosados y amarillos y cámbulos y gualandayes que le dan carácter y entidad al poblado.Las casas en él son de estilo colonial, altas y amplias, con bellos jardines internos donde reinan las orquídeas, las azaleas y los azahares que perfuman el ambiente haciéndolo suave y amable.

El pueblo es pequeño de no mas de mil quinientos habitantes. Las casas, en el centro, se amontonan en hormiguero y mantienen puertas y ventanas abiertas para aprovechar las corrientes de aire que ventilen el ambiente y lo hagan mas fresco y llevadero. Hacia las afueras las construcciones son un poco mas anárquicas, amplios terrenas han sido urbanizados y sus propietarios han construido modernas viviendas con vistosos jardines, piscinas y lagos para veraneantes. En el pueblo todos se conocen y conviven en armonía independientemente de si se es liberal o conservador y mientras se respeten las formalidades de los creyentes, las buenas costumbres y las leyes, que según afirma el alcalde, nos hacen bien a todos, reinara la concordia. Cualquier desaguisado romperá necesariamente el débil equilibrio.

No había sido siempre así. habían habido guerras y revueltas que todo lo habían convulsionado. Las degollinas entre liberales y conservadores hacían parte de la historia reciente del poblado y de la nación entera. Odio y paz, paz y odio habían sido el menú diario durante largos periodos. La paz, cuando se conseguía, se respetaba, se hacían alianzas entre familias y las asperezas de otros tiempos desaparecían como por ensalmo. La herencia Panche, de hombres guerreros, que llevaban en su sangre aparecía de tarde en tarde. No basto, no fue suficiente la guerra a muerte desatada por los conquistadores españoles para someterlos y enseñarles las "buenas costumbres" de los aventureros; la lanza y la espada dejaron para siempre y seguirán dejando su impronta imborrable en las oficinas del consistorio municipal.

Las gentes de Chaguaní no eran ni buenas ni malas, eran y siguen siendo gentes tranquilas, trabajadoras, creyentes y sobre modo orgullosas, respetuosas y un tanto, cuando a ello se les obliga, belicosas. No gustan mucho de alcaldes, de curas, de abigeos ni ladrones. Cuando cualquiera de estos gremios se excede las olas se encrespan y el Panche que llevan dentro disiente, primero con la razón, ágil y cortante, y, luego, con su recio y altivo carácter.

Los domingos son una fiesta. Los campesinos llevan los frutos de la tierra al mercado para venderlos a los lugareños. En la amplia plaza, en la explanada, frente a la iglesia del Señor de la Salud, por el levante, formando una ele, haciendo esquina con el camino del matadero, se arman los tenderetes de todos los colores y entre gritos, canciones procedentes del bar de Aniceto, las campanas de la Iglesia llamando a misa de diez y las reconvenciones del alcalde para que se paguen las contribuciones municipales, se oyen los cantos de los gallos, los gruñidos de los cerdos, el mugido de las vacas, el valar de las ovejas, los gritos de los quincalleros, los zapateros, los ropavejeros, los vendedores de paraísos y nirvanas, los mendigos, la Lola, la gitana, pregones de rezos , ofreciendo ungüentos y artificios contra todos los males o rehacer los virgos deshechos sobre los playones de la Guacimalera. También se escucha la voz zalamera de Armando, que reparte sonrisas a diestra y siniestra, en busca del boto que habrá de llevarlo a las altas esferas del partido liberal.

En la parte baja del silencio, en la falda de la montaña, frente a un frondoso yucal y a una esbelta mata de guaduas, en la pequeña explanada de los remansos, donde se oye cantar el río y crecen con fuerza los arrayanes, en un pequeño bohio, rodeado de flores del campo, pomares y naranjeros, un perro bravo y un gato, gallinas y patos, un loro revolucionario, un pequeño hato, y, a la sombra de un mango frondoso, rodeado por un bancal de piedras pulidas donde hacer la siesta, vive Abraham, solo y en silencio, cavilando el día a día, cuando no , profundo, el mañana y el ayer. Afirma que el presente pasa raudo, que el pasado y el futuro están cada vez mas lejanos como si jamas hubieran sucedido y, por ello, todo lo que no es hoy nos parece sumido entre las brumas...

Como todos los vecinos, los domingos, con los primeros cantos del gallo, se levanta, toma el camino del río y se purifica en él. Después de unas cuantas abluciones y algunos ejercicios de respiración agradece el lirio del alba, el trino de los pájaros y su personal alegría de vivir un día mas. Abraham no era un campesino corriente. Hacia vida de ermitaño por convicción. Estudio en el seminario desde que su tío Crisostomo, hermano de su padre, lo llevo, a la edad de siete años, cuando fallecieron sus padres. Allí, en el frío del altiplano, aprendió las primeras y las ultimas letras, los sin sabores de la vida, la autoridad y la mezquindad del prior, los valores cristianos, entre comillas como él afirmaba, el antiguo y el nuevo testamento, a Jose Maria Vargas Vila en sus noches de insomnio, a los autores clásicos y, como niño díscolo que fue, el onanismo, por el cual sufrió muchas reprimendas, actos de contrición y propósitos de enmienda.

Abraham salia por el camino del silencio, por entre los cafetales umbríos silbando, acompañado por un coro de chicharras que callaban a su paso y luego, pisando sus talones, arrancaban con mayor estrépito. En la casa de la hacienda, su tío Crisostomo, por la algarabía acompasada de las chicharras, sabia que se acercaba, y sin mas, ordenaba una jícara de chocolate y una arepa de maíz pelado que serviría de prologo a la conversación de siempre. Abraham entraba al amplio patio por los lavaderos de café, pasaba luego por los patios de secado que lo conducían a la cocina, donde Diva, se esforzaba en preparar el desayuno del patrón y la peonada. En la mesa pedía,costumbres del seminario, la bendición del tío y se sentaban a manteles.

El dialogo siempre giraba al rededor del hombre o de Dios, del partido liberal o el conservador, de las autoridades civiles o militares, del cura o de Armando, de los comunistas o de las guerrillas, de la policía y sus bandas de sicarios, de bandoleros o abigeos, de la dictadura y sus secuelas y de los hombres, mujeres y niños victimas inocentes de la violencia oficial. Se hablaba con generosidad, sin resentimientos, pródigos de buena fe. Crisostomo lo hacia desde su profunda fe cristiana y Abraham desde su acendrado pero humano antropocentrismo. Abraham en estas sesiones siempre se prometió no enojar a su tío, hablaba poco y asentía mas que oponer sus propios criterios. Escuchaba atento las reconvenciones de Crisostomo.

Ve con Dios, - le decía a Abraham- , era el deseo de tus padres. Se formal y obedece, cumple las leyes de Dios y cumplirás las leyes del hombre. Reza cuando dudes o estés en peligro. Era un largo etcétera que preparaba a Abraham al camino del pueblo.

Don Crisostomo obraba así por cuanto quince años atrás, tristes imágenes de su memoria, había visto como los godos destripaban a las parturientas y ensartaban los fetos a bayoneta calada como tributo de limpieza y honra para su partido y la iglesia; vio desde la sombra de los cafetales, como la policía y unos cuantos civiles, apodados los chulavitas, hacían fila, mientras vociferaban las mas sucias bajezas, violando indiscriminadamente a niñas y adolescentes, mujeres y ancianas, que de tanto "medirles" las entrañas mostraban sus partes púdicas hinchadas y ensangrentadas y,a falta de mayor horror, a las mas viejas las empalaban por que su sexo, inerte, ya no servia a los instintos animales de la pandilla. Las mas jóvenes seguían siendo asaltadas hasta que quedaran en cinta, para humillación de sus padres y hermanos y del partido liberal. ¡Para que parieran godos al servicio de Dios y el partido conservador! Fue testigo presencial de la matanza en la iglesia del Señor de la Salud, donde a quema ropa, en pleno sermón, fueron limpiando de liberales la iglesia sin que desde el púlpito se oyera la voz de Dios ni la protesta de los fieles conservadores presentes. Crisostomo recordaba, con lagrimas en los ojos, como salvo su vida escondido en el confesionario y como, desde aquel dia, juro dedicar el resto de su vida a trabajar por la paz y la concordia entre hermanos.

Terminado el desayuno Abraham se despedía, tomaba el camino del pueblo por entra la masa arbolada que cubría la carretera y a paso lento, silbando, a pie descalzo, hollaba el camino hasta llegar a la casa de misia Circuncia, cita al otro lado del puente de las sardinas.

Primera parada Circuncia, anunciaba a su llegada. Los campesinos allí presentes le saludaban,le ofrecían un guarapo dulce y se aprestaban a escucharle. Abraham tomaba la palabra, siempre traía un mensaje de esperanza, una voz de aliento y la voluntad inquebrantable de animarles a seguir adelante así no tuvieran le suerte de recoger los frutos de su esfuerzo.

-En la iglesia, les decía, y en la plaza aprendan a escuchar. No olviden que los poderosos, de cualquier pelambre, les pedirán que sean bondadosos para poder vivir a costa de su bondad; les pedirán que sean virtuosos para que cultiven " sus virtudes" y no las vuestras; les pedirán que sean modestos para que no les hagan sombra y no sean causa de molestias; les pedirán que tengan fe en el mas allá para alimentar mas su codicia;les pedirán y exigirán respeto a sus normas para mantenerlos sometidos y humillados,y, por ultimo, intentaran dividirlos y debilitaros para que no puedan avanzar. No olviden jamas que el ángel que llevamos dentro tiene que convivir con el demonio con quien comparte, en precario equilibrio, nuestra condición humana.

Le escuchaban pero no le entendían. Asentían sin saber jamas por qué. En el fondo le daban la razón como ofrenda a su propia sin razón. Solo le comprendían cuando hablaba del partido liberal o de los godos, cuando les reconvenía para que vivieran en paz, cuando les hablaba de amor y del sexo, de la importancia del control natal, contrariando las enseñanzas de Don Ecce Homo, el cura, que los conminaba a parir muchos hijos para el servicio de Dios y de la Patria, amenazándolos con anatematizar a quien incumpliera los preceptos de la iglesia. Abraham se levantaba de la mesa, se despedía de todos con un - ¡Hasta pronto Circuncia!- y seguía su camino rumbo al pueblo y al mercado.

El alcalde era un hombre gordo, de ojos abotagados y pequeños, como los ojos de los pequeños dragones de las filipinas, extraviados como su carácter, lento y pesado al andar como los elefantes y de un resoplar ruidoso al hablar como si las palabras se le atragantaran en la garganta y salieran luego a presión, bufando, en busca de su interlocutor ocasional, que era generalmente un campesino humilde y analfabeta, quien tenia que escuchar una reprimenda sin sentido y aguantar su aliento hediondo como sus malas intenciones. Reafirmaba su poder de burgomaestre, paternalmente, golpeando suavemente las mejillas del conejillo de indias de turno, con sus manos regordetas y sudorosas, como si de un bautismo se tratara,y, cansino, hacia el recorrido de los tenderetes recogiendo el tributo municipal y el mercado de la semana, que le salia gratis, gracias al miedo de los mercaderes y a su mala fe en virtud del poder que detentaba. Buscaba, a la vez, ávido y codicioso a Angelines, giranta de bajo vuelo, con quien los domingos por la tarde yacía hasta el anochecer sobre una cama de hierros enmohecidos que mal soportaban el retorcer se de los vientres en una violenta lucha de raíces, espasmos y ruidos feroces. Odiaba encontrarse con Abraham. Lo odiaba por renegado, por haber abandonado el seminario, por haber olvidado a Dios. Lo odiaba, porque según él, era un comunista que envenenaba a los campesinos con sus predicas extrañas o un liberal, como los renegados de Loma Larga y Campo Alegre, que habían recibido el domingo anterior el anatema de Don Ecce Homo, por paganos y libertinos y por levantarse en armas contra las autoridades, según afirmo, en la homilía de las diez.

Abraham entraba al poblad en silencio, sin hacer ruido, como quien quiere pasar inadvertido. En la plaza, buscaba la sombra de la ceiba, sentado sobre el bancal de piedra que la protegía. Allí dialogaba con quien quisiera escucharle e invariablemente se sentaba por donde obligatoriamente debía pasar el alcalde, Don Casildo Materón, por el placer de verle enrojecer de ira.

-Casildo, le decía, va usted como los liberales, rojo, es un buen síntoma...

-Calle, Abraham, o lo mando a la cárcel que harta falta le hace. Quince días a la sombra quizás le hagan recapacitar, comunista hijo de puta, ya tendré la oportunidad...

-Si Quiere aprender a hablar Don Casildo, calle durante un año, dejara, también, de ser un charlatán...

Las palabras se cruzaban rápidas. El alcalde no se detenía. Se ponía rojo y los ojos se le inyectaban en sangre, las manos le temblaban y sudaba copiosamente. El policía que le acompañaba le llevaba a la casa consistorial para que le pasara la congestión con una aspirina y un buen vaso de agua fría.

Después de la misa de diez, Don Ecce Homo, buscaba a Abraham por cuanto se había prometido devolverlo al redil. Se dirigía a la ceiba, se sentaba a su lado y le pedía con fingida humildad que regresara a la iglesia, a Dios, al prójimo. Le recordaba las enseñanzas del seminario, la fe de sus padres, la bondad de Don Crisosotomo, la necesidad de vivir limpio y sin pecado, puro al servicio de Dios.
Abraham le escuchaba negando con la cabeza, para recordarle luego, que él, Don Ecce Homo, no era un hombre puro. Que los votos de castidad los había perdido con Teodolinda, una adolescente de diez y seis años, que violo en la sacristía y que luego entrego a las fieras del cuartelillo para que dieran buena cuenta de ella.

Don Ecce Homo se puso mustio, sus ojos se perdieron en el vacío y negros nubarrones recorrieron su memoria. ¡Teodolinda! Una tarde, hace algunos años, no sabia cuantos por que deseaba olvidarlos, se la llevo a la casa cural Belarmino, jefe del partido conservador, para que dispusiera de ella como a bien tuviera. Era, razones más , razones menos, una renegada de Bituima y niña aún podía ser reeducada. Hablaron,comieron y bebieron. Bebieron mas que comieron.Las horas pasaban y con ellas la borrachera. Se hartaron recordando jolgorios, zarabandas y añagazas, insidias y tropelías que había dirigido Belarmino por toda la región. A medida que las horas pasaban, en medio de la cogorza, las bajas pasiones se desataron en Belarmino, tomo la niña por un brazo y la arrastro hacia la sacristía, seguido por Hcce Homo, allí le arranco las ropas a la menor, las bragas, el corpiño y lascivo le mordió los senos en flor hasta hacérselos sangrar, la acariciaba el vientre, las piernas y su sexo púber. Ella lo rechazaba, lloraba y temblaba de horror. Ecce Homo, miraba y dejaba hacer, hasta que, sin poderse contener, deshaciéndose de la sotana, la tomo en sus brazos e hincandole violentamente los dientes en un hombro, la violo repetidamente el amanecer. LO saco de su paroxismo Belarmino, con su voz de buitre carroñero, regresandole al mundo de los vivos y advirtiendole:-"Ecce Homo, al fin tu y yo hemos sellado un pacto de sangre.En adelante seremos hermanos". Ecce Homo estaba perplejo. Con sangre fría Belarmino agrego: -"No se preocupe, ahora envió a la policía por estos despojos"-. Se llevaron a la niña al cuartelillo, abusaron de ella los doce policías de la guarnición y , aclarando el día, la trasladaron a las porquerizas, la desollaron de la cabeza a los pies y hecha una masa sanguinolenta se la tiraron a los cerdos para destruir, según decían, el cuerpo del delito.

Abraham lo miraba en silencio, sabia que algo muy oscuro cabalgaba por su memoria y cuando observaba que recuperaba el aliento, que su cara volvía a la color de siempre, le aseguraba con altivez: "-Ecce Homo,usted sabe que creo en Dios,en mi Dios,pero no en las religiones, porque ellas como los partidos políticos, como los nacionalismos y todos los fanatismos son fuego en el cuerpo, soflama fría e irracional en la cabeza y la boca llena de negros y venenosos vapores como los volcanes. Mi paso por el seminario y por la historia de las religiones me han enseñado que hay Dioses que quieren la desgracia; otros que preservan de la desgracia y otros que consuelan a los desgraciados. Al hombre Ecce Homo, no le queda sino la buena voluntad del hombre, su afán por el amor al prójimo. El cura se levantaba, miraba derrotado a Abraham y avanzaba cabizbajo hacia la casa cural. La tarde caía, otro domingo llegaba a su fin,se levantaban los tenderetes, el clamor de la mañana cesaba y era el momento que aprovechaban los campesinos para departir con Abraham. Lo rodeaban, discretamente se le acercaban y con vergüenza en sus caras, lo interpelaban.

Las mujeres le preguntaban sobre el divorcio y su moralidad, el sexo y los hijos. El matrimonio, respondía, rompe con mucha mas frecuencia de lo que se cree con el orden moral. El instinto sexual no tiene ninguna relación necesaria con la concepción. La concepción solo debe ser el resultado de la libre y responsable voluntad de los amantes, lo contrario es casual, ocasional; los hijos, deben ser hijos del amor, no de la necesidad. Recordad que la impudicia, les decía, no es la desnudez de los cuerpos sino el vestido y que solo se esta en paz con Dios cuando se esta en paz con sigo mismo y con el prójimo. A los hombres los invitaba a ser ellos mismos, a ser orgullosos, a hacer solo las concesiones a las que voluntariamente se obligaran y no a las que otros, los que presumían por la fuerza de dirigir la comunidad, quisieran imponerles. Ante todo estaba la libertad y por consiguiente el respeto a la libertad de los demás.

Siempre se preocupo por el hombre del campo, por sus limitaciones y angustias. Repetía, con frecuencia, que el campesino no era el propietario de la tierra, simplemente era el peón.Alquila su brazo para sobrevivir. No tiene derecho a nada,salvo a la libertad de morirse de hambre. En el mundo laboral es una ave de paso. Trabaja de sol a sol y de domingo a domingo. Muere antes de tiempo roído por las enfermedades y los parásitos, el cansancio y el hambre o por un corte de franela practicado por la furia de las pasiones políticas. Su abecedario es la azada.Su escuela la cárcel. Su descanso y olvido el aguardiente. Su jubilación el cementerio. Nadie se preocupa de él. Los gobiernos pasan. La alternancia de los partidos en el poder solo ha servido para corromper mas a quienes lo ejercen y ni dictaduras ni democracias han cambiado nada. Su esclavitud, controlada desde el estado, los lleva a la tumba con el corazón hecho un nudo. Abraham sufría ante las abismales desigualdades y por ello los impulsaba a la rebelión,a luchar por la dignidad de hombres, por la educación de los hijos y por la dignidad de las mujeres.

El último auto-invitado era Armando. Se acercaba sonriente y con dos golpes secos sobre la espalda de Abraham se sentaba a su lado. Los dos simpatizaban en algunos aspectos de la lucha política pero era mas lo que los separaba que lo que los unía. A pesar de ello, había un mutuo respeto entre los dos hombres, un acuerdo no pactado pero nunca acordado.Armando quería estar cerca de Abraham por lo que este suponía de potencial electoral entre los campesinos. Abraham se mantenía cerca de Armando porque gracias a él tenia conocimiento anticipado de hechos que le permitían salvar vidas y obstáculos. Entre los dos existía un pacto tácito que los hermanaba y por el cual todos los domingos platicaban de lo Divino y lo humano hasta los primeros cantos del gallo, momento en que se levantaban del bancal y abandonaban la ceiba rumbo a casa.

El camino de regreso al silencio se hacia lento, pesado y lúgubre. Las cantinas estaban llenas hasta muy entrada la noche. Las reyertas producidas por la embriagues eran frecuentes,y, el burdel de Angelines, se prestaba a toda clase de perversiones. Eran éstas las únicas diversiones que se le ofrecían al campesino para distraer sus angustias y para menguar su ya raquítica bolsa. Las mujeres del lupanar los esperaban por las esquinas y la retaguardia se situaba en el puente de hierro, el de los enamorados, sobre la Guacimalera, donde los mas reticentes, los que habían salvado las primeras alcabalas, caían en la ultima aduana y se entregaban a discreción a los placeres carnestolendicos en los playones del rió.

Abraham no era ni un santo, ni un asceta . Conoció los placeres de la vida y los apuro en abundancia.Sus años mozos fueron un constante ir y venir de una mujer a otra hasta que comprendió que la vida se le iba de las manos inútilmente. Comprendió que las restricciones del seminario no debían ser el acicate de su libertinaje, sino, salvando lo que se pudiera del naufragio, ser el guía de una vida ordenada al servicio de quien quisiera escucharle.Muchas veces cuestiono su postura ante el mundo. Siempre se pregunto si lo que hacia era correcto. Veía, con tristeza, que los resultados de sus platicas no compensaban su esfuerzo. Tenia la esperanza de que algún día se hiciera la luz...

Con las primeras luces de la aurora llegaba al bohio.Gruesas gotas de roció pendían de las hojas y las flores lanzando al espacio destellos de luz iridiscente El perro saltaba de alegría, le lamia las manos, daba dos o tres saltos y se echaba. Abraham descansaba hasta el próximo domingo...














1 comentario:

Anónimo dijo...

Creedme todos, que tan excelente y euforica narracion, es un despertar del recuerdo a tan añorado y siempre querido pueblo, Chaguani.
Mis mas sinceras felicitaciones por tan excelente y lirica descripcion.

Eduard F Ayure