domingo, 21 de enero de 2007

DOÑA CASTA


Doña Casta era una mujer alta y enjuta, pálida, gentil y altiva como una palma del trópico .Doña Casta , con sus grandes ojos negros miraba de frente,fijamente, como mira el tiburón su presa. Doña casta tenia el pelo blanco y largo como sus manos largas y huesudas. Doña Casta siempre tuvo la cabeza poblada de sueños y ensueños que a pesar de sus noventa años aún la hacían estremecer.Doña Casta apuro los goces de la adolescencia, la madurez y la vejez y a sus noventa años apremiaba con marcado regusto sus recuerdos y sus sueños eróticos. Doña Casta era una mujer feliz.

Doña Casta no tenia amigas de su edad.No le gustaban. Gustaba de oír la alergia de la gente joven, hombres o mujeres,pero jocundos de hablar picante y gracioso, dicharacheros y algo rijosos. Doña Casta era coqueta llevaba un clavel en la oreja y cantaba seguidillas taconeadas con sus zapatos de charol.Doña Casta quería seguir siendo un huracán, pero tenia noventa años y, por ello, dejaba su mente cabalgar donde yacio mil veces, sobre su carne marchita, la flor de las maravillas.
Doña Casta era una mujer feliz.

Doña Casta vivia con su nieta Panfila. Panfila era como su abuela, lubrica, alegre y vivaracha.Panfila se masturbaba en la ducha acariciando el rosetón. Panfila, decía Doña Casta, tenia el infierno dentro. Panfila dejaba correr el agua por entre sus muslos de pedernal y se estremecía pensando en Simeon, retorciéndose, meneándose hasta que exhalaba un profundo suspiro. Detras de la puerta se escuchaba otro, como un eco, era Doña Casta que la espiaba embebida en sus propios recuerdos, empuñando cariñosamente su bastón de cabeza de plata. Panfila no descansaba. Pensaba en Simeon como si estuvieran haciendo el amor,como si estuviera sentada en sus rodillas fija la vista en su falo erecto, deslizando la cadera sobre sus piernas desnudas y dejándose penetrar lentamente, sintiendo un crujir de huesos y una explosión de éxtasis estallando por todo su cuerpo . Se agitaba, gemía y se lamentaba del fingimiento en que vivía. No podía seguir soportando la ficcion de no llevar nada dentro de su coño. Ardía. Apretaba su sexo con las manos e ignorando que su abuela podía oírla gritaba:-¡Muévete ya,muévete ya Simeon! Y, luego, un jadeo rítmico y profundo la agitaba silenciosamente hasta el orgasmo. Doña Casta ,fatigada y trémula dormía
plácidamente detrás de la puerta aferrada a su bastón. Doña Casta era una mujer feliz.

Doña Casta quería lo mejor para su nieta, tenia que apaciguar su ardiente corazón por lo que la reconvino a formalizar sus relaciones con Simeon. Debe de ser un buen chico, se decía.¡Si la pone tan fogosa pues que lo traiga a casa! Doña Casta rejuvenecía en estos pensamientos, la piel se le ponía rosada y su temperatura corporal se elevaba. Doña Casta quería conocer a Simeon, hablar con el objeto de deseo de su nieta, recordar sus años mozos, el tibio encanto de los cuerpos desnudos y las manos, cual mariposas de volar incierto, recorriendo sus misterios. Doña Casta era una mujer feliz.

Doña Casta comprendía perfectamente que la edad no la protegía del amor, de los sentimientos , de sentir un fuego dentro, así éste fuera un fuego fatuo. Su cabeza era un torbellino, sentía que su sexo se henchía, se abultaba cada vez mas, latía como su corazón aceleradamente.No era el placer fácil. No. No era el placer domestico, era una sensación gloriosa, renovada, a la que nunca sabia renunciar. Se palpaba los senos, la boca, los ojos, todas las partes de su cuerpo, el sexo marchito, anhelaba, juventud de su cerebro,el miembro viriol que calmara su fiebre. ¡Simeon! ¡Simeon! Era el grito de guerra y Panfila el ejecutor de sus deseos. Doña Casta era una mujer feliz.

Panfila a instancias de la abuela se decidió a buscar a Simeon. Encontrarlo en alguna parte. Simeon tenia que dejar de ser una ficción para convertirse en un hombre de carne y hueso como ella deseaba, como lo deseaba su abuela, como lo deseaban sus entrañas.¡Simeon! ¿Donde encontrarlo? ¿Como encontrar a un hombre como él, cariñoso y silencioso? ¿Un hombre que se deje hacer sin decir nada? Su abuela, ciega, nada sabia de sus inquietudes, nada de sus deseos. Queria a Simeon tal cual era, etéreo, dentro de su cabeza,capaz de invadirla y de llenarla toda, de penetrarle todo el cuerpo sin sentirlo, hasta el orgasmo y, luego, virgen aún,la impaciencia de sentir su vulva vacía... y el deseo, siempre perenne, de volver a comenzar de nuevo: Simeon esta con ella, a su lado,tendidos en la cama uno al lado delo otro, desnudos, Panfila con las piernas entre abiertas y Simeon con la mentula erecta, contemplándola y con su mano diestra entre abriendo, suave y cariñosamente el coño de Panfila. Simeon cambia de posición, se coloca sobre ella y empujando suavemente,pero firme, una y otra vez, la penetra. Los movimientos son rítmicos al principio y luego se vuelven violentos y sin concierto. Ambos jadean. Panfila se aprieta cada vez mas. Gime. -¡No puedo soportarlo! ¡Simeon, Simeon, mas profundo! ¡Mas,Simeon! ¡Oh,oh,oh! ¡Me muero!
¡Simeon,Simeon! Luego cesaron los murmullos... La abuela suspiro profundamente, dio tres golpes con el bastón y le pidió a Panfila que le presentara a Simeon.- Ya lo haré, abuela, pronto lo conocerás. Doña Casta , se resignaba y esperaba. Doña Casta era una mujer feliz.

Panfila, apremiada por su abuela, decidió conseguir novio y llevarlo a casa. Se llamaba Tomeo, pero ella, para identificarse con sigo misma, le decía Simeon. Una tarde de Abril, florecidas las margaritas en sus macetas, pleno de primavera el ambiente, oloroso a azahares, Panfila y Simeon se presentaron en casa, alegres y rijosos frente a la abuela. - Abuela, aquí esta Simeon. Doña Casta, ciega, levanto las manos y le dijo: - Acercate, quiero conocerte. Palpo su rostro, agitada,fue recorriendo lentamente el cuerpo del mozo, la nariz, los ojos, la boca y, temblorosa, bajo al pecho, a las caderas y sin pensarlo mas, lo tomo por el miembro viril, con firmeza, ante la sorpresa de Simeon, le sacudió varias veces, le miro fijamente, con sus ojos ciegos, como mira el tiburón su presa y exclamo: -¡No lo conozco! ¡No lo conozco! Exhalo un profundo suspiro y su cabeza cayo sobre su lado izquierdo exánime...

Panfila y Simeon la recuerdan con amor. Doña casta era una mujer feliz.


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